Yo estudié en la UNAM y estoy orgullosa de ello. Más que una institución de educación superior es un lugar de universalidad, multicultural, en donde se respira libertad, reflexión y crítica. Quienes estudiamos en la UNAM estarán de acuerdo en que no sólo egresas con una carrera universitaria, cualquiera que ésta sea, sino con una experiencia de vida que nunca se podrá olvidar, de convivencia mutua, tolerancia, respeto y reconocimiento de las diferencias pero, sobre todo, con una cultura política marcada y profunda. Características que es muy difícil adquirir en otras instituciones de educación superior, según la experiencia que he tenido en los últimos años.
Sin embargo, debo admitir que, en un análisis micro, de lo cotidiano, del día a día, esta institución que tanto quiero tiene algunas cosas que dejan mucho que desear. Recuerdo, por ejemplo, que aunque la UNAM tiene muy buenos maestros impartiendo cátedra, la mayoría de éstos suele faltar y enviar a sus ‘adjuntos’ a dar la clase. A veces sucedía que te inscribías a la clase del reconocido “Dr. X” y nunca le veías la cara, solo llegaba a cobrar, a mantener su nombre y no se ocupaba jamás de los alumnos. Aunque las clases eran de dos horas, dos veces a la semana, había aquellos profesores que llegaban una hora después o que sencillamente daban clase una sola vez a la semana y, para colmo, no faltaba aquél que simplemente acudía para contar sus “aventuras” y chistes.
¡Y qué decir de los servicios! Hace unos cuantos días acudí a mi adorada Facultad de Ciencias Políticas para consultar una tesis en la biblioteca. Pregunté a la mujer de la ventanilla dónde y cómo podía obtener este documento y, al confundirme con alumna (no encuentro otra razón), me trató con la punta del pie y hasta ofendida porque no portaba yo ninguna credencial para poder sacar el material. Después acudí a una de las coordinaciones para localizar a una profesora con la que quería hablar y me encontré (eso como a las 11 de la mañana) con que no había llegado nadie y, mientras tanto, las secretarias desayunaban juntas y contentas sobre las computadoras y papeles que tenían sobre el escritorio. Les tuve que preguntar hasta tres veces por la mentada profesora pues no me escuchaban, ni tampoco, intentaban hacerlo. Finalmente, me dijeron que como en una hora regresara, sin embargo, cuando regresé (dos horas después) me informaron de mala gana que mejor viniera otro día porque no sabían si esta profesora vendría o no.
Así podría seguir con una gran cantidad de puntos negativos que tiene esta institución (trámites larguísimos para titularse, falta de acervo en sus bibliotecas, falta de computadoras y tecnología accesible, etc.) pero este comentario sería entonces muy largo y tal vez nadie lo leería.
Con tristeza tengo que decir que la noticia de hoy de que la UNAM es una de las mejores universidades del mundo es más una cuestión de superficie, de tradición, quizás de inercia, pues la vida académica de los estudiantes en muchos de los casos (no en todos, aclaro) es más bien precaria.